domingo, 30 de noviembre de 2014

Relatos de José Luis Cestari


José Luis Cestari estrenó no ha mucho sin aspaviento  un nuevo libro y un nuevo estilo en su oficio de poeta, alternado con el canto y el ejercicio de la medicina.  Percibimos una prosa donde no deja de colarse la subjetividad poética, a veces rayana en la crónica objetiva, simple y cotidiana, pero que en todo caso, agrada y ayuda para que la imaginación juegue con las figuras de la realidad.  En su clarinada de corolario expresa que este libro tan sólo es un esfuerzo para compartir su autoconciencia y estimular a los lectores a que despierten la suya. Lo cierto es que estos relatos que  recibí a través del prodigioso correo electrónico, los he disfrutado plenamente.
El primero que leí trata de un pájaro que lleva el nombre de Cristo, tal vez porque su canto  asocia la tonalidad de la expresión del Cristo que fue.  Este relato  es realmente hermoso y digno de un poeta de exquisita sensibilidad como la suya, siempre aprehendiendo la belleza en las realidades aunque sean trágicas como esta donde el Cristofué se ausenta  para siempre despojado de su fronda.
            El poeta escribe sobre el país.  Ver para creer como Santo Tomás, porque sólo los escépticos no creen lo que está pasando aquí porque quizás nadie dice lo que debería decir, seguramente porque es más cómodo seguirle la corriente  al que pregunta para que le respondan lo que él solo quiere que le digan a fin de estar contento consigo mismo aunque sus intenciones lo conduzcan por la vía del Mitsu viejo, color trementina, con el que José Luis chocó en la vecindad de una cola al final convertida en una entropía que parecía un informe gigante o un molino de viento imposible de vencer con la lanza del Quijote.
El jueves 11 de abril de 2002 también fue un molino de viento imposible de derrotar.  Hizo falta una estrella, aquella que en Chirica iluminó la senda victoriosa de Piar y eclipsó la fortuna del Brigadier hispano.  De allí el llanto inconsolable del Gabilito cuando navegaba en su barco de piedra sesgando de un lado a otro para no llevarse por delante a los perros de agua. Porque en el agua de los ríos y de los lagos también se encuentran  perros como en la tierra, perros nada parecidos a los hallados por Colón en sus primeros viajes.  Los perros de ahora dejaron de ser salvajes gracias al desarrollo urbano y a la sociedad industrial que los divide entre perros urbanos con pedigrí esmeradamente cuidados, bien alimentados,  y los callejeros o realengos como este que el poeta describe en su crónica: perros sin paternidad, hambrientos, llenos de cicatrices vivas, husmeando en el desperdicio, como ahora los seres humanos de la marginalidad pordiosera de América.  Por supuesto, no viven en el fango como las salamandras acuáticas, pero viven en el basurero o en las cuevas como los ratones que un día cualquiera atormentaron el sueño de Doña Emilia, quien seguramente comprende lo que es vivir en túneles, en la humedad limosa de los alcantarillados y debajo los puentes donde  siempre moran sin rescate las Juana Petra a que alude la canción de Víctor Medina. Juana Petra cargada de hijos marcados desde muy temprana  edad con destinos complicados o sorprendentes en un mundo que por  contrasentido cada día se acerca más a ese imperio del conocimiento del que solía hablar el sabio Albert Einstein con el gato Fritz luego de horas enteras sumido en su teoría general y restringida de la relatividad y de la naturaleza corpuscular de la luz, coronados finalmente con un solo de violín, tres galletas de chocolate y media taza de leche.
A veces al sabio se le olvidaba dar los “Buenos días”, tan distraído como Tales de Mileto que mirando los astros, cayó un día en un  pozo.  Los “Buenos días”, ese ritual cotidiano, suerte de lazo afectivo que nos une a la gente o con el cual se pretende enlazar la inmutabilidad para hacerla amable o sonriente.







Jean: doña Jean en el tiempo


Jean: doña Jean en el tiempo     
RCL les invita a leer a Horacio Biord Castillo.-
Jean Aristeguieta Capella es una distinguida dama venezolana, poetisa y divulgadora de la literatura venezolana y de lengua española. Nacida en Guasipati (estado Bolívar) el 31 de julio de 1921, Jean aún se encuentra activa a sus 93 años. El 14 de julio de 2014 fue electa miembro correspondiente por su estado natal de la Academia Venezolana de la Lengua y el miércoles 26 de noviembre fue juramentada por el presidente de la corporación, don Francisco Javier Pérez, quien le hizo entrega del diploma que la acredita como tal. El acto se llevó a cabo en la residencia de Jean, en Caracas, un espacio lleno de recuerdos y vivencias. Junto a familiares, amigos y una representación de académicos, muy cerca de la habitación que fuera taller de pintura de la sublime Elvira Senior, cuyos cuadros llenaban de colorido y sonrisas el acto y el corazón de los asistentes, Jean juró cumplir y hacer cumplir los estatutos de la Academia, en especial los deberes inherentes a su cargo.
El acto no podía ser más emocionante. Doña Jean Aristeguieta, como lo quiere el tratamiento académico, es una de las escritoras más reconocidas y de larga trayectoria en nuestro país. Sus primeros textos fueron escritos en su adolescencia, en la década de 1930, en Ciudad Bolívar, adonde se había trasladado para cursar estudios. Desde entonces, Jean ha honrado la tradición literaria venezolana con su escritura, que abreva en los clásicos helenos y españoles. Bendita esta mujer de cuyas manos han salido tantas caricias para el alma y el espíritu, en forma de poemas, aforismos o textos en prosa.
Jean, menuda y llena de una belleza que se une a los colores y formas de los cuadros que engalanan su hogar, vibra y hace vibrar en un país tan necesitado de ejemplos como el suyo. Ha dedicado toda su vida a la poesía, a la literatura, a las artes, a la meditación, a los viajes, a la divulgación y, fuerza de donde dimana todo lo anterior, al amor plácido y sereno que se inspira en los cánones de belleza y vida de la antigüedad greco-latina. Jean del Orinoco y de Venezuela, pero también Jean de América y de Grecia, de esa Grecia inmortal que somos nosotros, como han sostenido varios pensadores, porque valoramos con perspectiva histórica el legado antiguo. No en balde Jean escribió uno de sus libros fundamentales (titulado Hélade, publicado en 1980, y dedicado “a Elvira Senior, [/] en testimonio de emocionada [/] gratitud por su compañía [/] durante este itinerario helénico”) como un homenaje a esa tierra que ella, de niña casi, en Ciudad Bolívar adivinó en el alienígena nombre de una balandra que surcaba las a veces tranquilas, otras bravías, aguas del gran río. La embarcación se llamaba Safo. No era el nombre de un encanto ancestral, que poseyera como dueña las antiquísimas lajas de los raudales guayaneses, sino el de la décima musa, que desde entonces subyugó a la gran Jean, acaso la undécima de ellas.
Jean en una pintura de Guayasamín
Jean en sus libros. Jean en el retrato que de ella hizo el pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín. Jean en el busto que le esculpió una escultora de origen libanés. Jean en los retratos y en el nombre suyo dicho mil veces, musitado junto al Ávila para que ningún pájaro se lo lleve a la orilla de la playa y, de la lengua del mar, a ningún sórdido, por lejano, rincón del mundo.
Para la Academia Venezolana de la Lengua es un honor contar entre sus miembros a doña Jean Aristeguieta Capella, quien por esta vez le permite a la institución no quedar incompleta. Para Venezuela es un acierto que la Academia la haya acogido entre sus miembros, pues nos recuerda a todos la necesidad de cortar los retoños, tan comunes en esta tierra de gracia y de desgracias, del mítico árbol de loto. Que el olvido no se lleve a nuestros valores más imperecederos. Las máscaras de la desmemoria han de lavarse en las aguas claras de los ríos, de los morichales, de la lluvia menuda o fuerte que riega las sementeras y los jardines.
Jean era ya académica correspondiente de la Real Academia Hispanoamericana de Cádiz. Ahora, por derecho propio, lo es de la más antigua de las academias venezolanas, que con la incorporación de esta poetisa cierra, de alguna manera, pero con broche de oro, la celebración de sus 130 años.
Jean con el Dr. Horacio Biord Castillo
Jean y su escritura han de perdurar como guiño amoroso, sonrisa y “palabra en el tiempo”, tal cual decía Antonio Machado de la poesía. Bienvenida sea nuestra Academia de la Lengua, correspondiente de la Real Española, a la obra y vivencias de doña Jean Aristeguieta Capella.
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Horacio Biord Castillo
Investigador, escritor, profesor universitario
Individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua
Individuo de número de la Academia de la Historia del Estado Miranda
Jefe del Centro de Antropología del IVIC
Fotos: Gracia Salazar Lermont / María Elena Pacheco / Alba Marina Gutiérrez

Fuente: Reporte Católico laico 30112014 http://reportecatolicolaico.com/?p=3655