viernes, 14 de octubre de 2016

Mi primer recuerdo del Cine / José Luis Cestari


"Cine nuestro que llevamos por dentro -“Helenita, ¿Los monitos no tienen c…..?” Ese es mi primer recuerdo de cine… las carcajadas todavía se escuchan en el aire de aquella temprana niñez. Mi tía Helena, mi hermano Carlos, Tarzán y yo sabemos de qué se trata. Mi experiencia primera en el cine fué la oscuridad. Cuando se es niño, las penumbras sirven para dos cosas: temer y dormir. Imposible imaginar alguno de aquellos personajes con quienes nos metían miedo desligado de la necesaria oscuridad. Difícil –al menos para mí siempre lo fue- dormir con la luz encendida. Estar en la oscuridad con mi hermano y mi tía, sentados en unas butacas y frente a una gigantesca pantalla era algo muy extraño para mí. Y más extraño aún que en la pantalla aparecieran grandes imágenes y las escucháramos hablar. “Tarzán de los monos” veíamos ese día, en Caracas. Les podría parecer que exagero, pero no es así. Era un poco más de la mitad del siglo pasado…los inicios de la televisión en Venezuela datan de 1952…el cine llegó antes: El 11 de julio de 1896 se realiza la primera función de cine en Maracaibo. Por supuesto, cine mudo. El aparato empleado fue el Vitascopio de Edison, que fué adquirido por Luis Manuel Méndez en la ciudad de Nueva York, quien a su vez contrató a Manuel Trujillo Durán para que lo operara. Las primeras películas realizadas en Venezuela fueron “Célebre especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa”, y “Muchachos bañándose en la laguna de Maracaibo”, ambas estrenadas el 28 de enero de 1897 en el Teatro Baralt de Maracaibo, y cuya realización generalmente es atribuída al mismo Manuel Trujillo Durán. En este mismo año, otros pioneros del cine como Ricardo Rouffet y Carlos Ruíz Chapellín realizan algunos cortometrajes en la ciudad de Caracas. Si bien en 1931 se hicieron algunos intentos de sonido con la película “La Venus de Nácar”, no sería hasta 1938 con el estreno del cortometraje “Taboga” que se puede hablar verdaderamente de cine sonoro en Venezuela. Igualmente, se rueda el primer largometraje sonoro en el país: “El Rompimiento”, de Antonio Delgado Gómez. Siguiendo a Américo Fernández en sus interesantes investigaciones, “…el Bioscopio -creado por los hermanos Skladanowsky- fue el primer aparato de cine llegado a Ciudad Bolívar. Este gran suceso que impresionó a los citadinos ocurrió el 30 de noviembre de 1900. Se realizaron tres funciones: dos en un hotel y la tercera en el Teatro Bolívar”. (Fin de la cita). El trabajo investigativo del Lic. Américo Fernández es excelente, lo recomiendo ampliamente. Importantes datos históricos que no debemos olvidar, pero hoy quiero contarles lo que he vivido hasta ahora como asiduo espectador de cine. En una Ciudad Bolívar relativamente pequeña de la década del cincuenta, la verdad es que nadie parecía darse cuenta de lo que hacía falta…simplemente, porque lo que había era suficiente. Hoy día parecemos como más completos porque tenemos computadoras y celulares, pero a cambio carecemos de lo que antes abundaba…seguridad, por ejemplo…tranquilidad, por ejemplo…capacidad adquisitiva, por ejemplo…y, aquí en Ciudad Bolívar, CINE…ni una sala de cine tenemos hoy día, 30 de noviembre del 2012. Y teníamos varias. Esforzándose en paliar tal deficiencia, a veces la gente del Museo Soto proyecta películas. El Cine Bolívar es el primero al que recuerdo haber ido en Ciudad Bolívar, junto a mi hermano Carlos y mi abuela. Esa sala de cine quedaba en una esquina, frente al Grupo Escolar “Estado Mérida”, al lado o a pocos metros de una tintorería de chinos, que creo que aún está allí. Allí pasaban películas más que todo del cine mexicano, de gran popularidad para la época. Otro fué el Cine América, en él disfruté famosos largometrajes. Cuenta Américo Fernández: “…Se inauguró con la cinta Los Ultimos Días de Pompeya, seguida de Espartaco, Los Novios y Los dos sargentos franceses y Santanás.…De todos estos cines itinerantes, el único que se perennizó por los menos hasta los años de 1980 fue el Cine América, que comenzó funcionando en el edificio de la Aduana Vieja, el 22 de abril de 1914.” (Fin de la cita). Mi historia con ese cine se fue elongando con el largo de mis pantalones y la latitud de mi corazón…comencé con los matiné de Superman y Miguel Aceves Mejías junto a mi hermano Carlos, y terminé al lado de Marisol Soto esperando a Rosiris para sentarme a su lado…fue entonces cuando tomé un curso intensivo de “Cómo apaciguar el corazón al lado de ella”, y no lo aprobé…cuando nuestros hijos crecieron y se fueron quise comprar mi entrada –para cualquier película- con la definitiva decisión de sentarme en el mismo puesto con ella, pero a alguien se le ocurrió transformar mi cine en cenizas…ya no sé ni por qué lloraba aquel señor mayor con su linterna en la mano, asumo que sería porque se quedaba sin trabajo o porque, simplemente, ya no tendría senderos oscuros qué alumbrar. Unas cuadras más allá, hacia el Este del mismo Paseo, cerca de la Aduana, el Cine Orinoco. El mismo estilo. Debo advertir a los que me leen que mis idas al cine no eran tales. Era un ritual de placer. Desde que buscaba en la prensa o me enteraba de la película…luego cuadrar el día y la hora…la ropa…si estaba bueno el carro…si tenía dinero…irme temprano para tener un sitio bueno para estacionar…si iba con ella o hacia ella, mejor…comprar el ticket…te lo rompe el portero y te quedas con la mitad (y no hallas dónde guardarla)…el cafetincito…pistachos, maní, si no había cotufas…refresco…algún chocolatín…y entrabas…oscuro todo…con suerte, el mismo señor de la linterna casi que te agarraba por el brazo y te sentaba (donde el decidiera)…sentado al fin, luchando con la espalda que nunca acomodamos del todo bien…si voy solo, el tipo del lado izquierdo, sus piernas abiertas rozan mis rodillas y me desagrada…y la señorita del lado derecho, buscando que le acerque mis rodillas…si voy acompañado, estoy vacunado, tenemos nuestras cuatro rodillas…salvo que siempre toca alguien sentado atrás, que como que aprovecha el cine para contar cualquier cantidad de historias, o chistes, o cualquier cosa…cuando comienza la película, mi mente siempre me ubica como diez minutos después que comenzó, y me lamento no haber visto los caracteres para conocer el reparto…es por tanto que rechacé esa parte cuando era niño, pues tan sólo quería que comenzara la acción. Como ven, mi placer de ir al cine no es tal…es más y mejor que eso. Tendría que nombrarles al Cine Mundial, en el mismo sitio donde hoy está la Contraloría del Estado, en Ciudad Bolívar. Dos pisos, en el de arriba me fumé un cigarrillo escondido. El Cine Royal, calle El Pilar, a la entrada Este del barrio Perro Seco, Ciudad Bolívar. El Cine Iris, en la avenida 19 de abril. El cine Plaza, en el sector Plaza. El Autocine Angostura. El cine Rívoli en Vista Hermosa, y el Cine Roxy donde era el bowling y donde funcionó un conocido casino. El cine (Teatro?) Imperial y el cine Caribe, ambos a pocos metros en el Paseo Meneses…a veces salía de una película y me iba caminando para meterme en otra, en el cine de al lado…A todos fuí, y en todos anhelé tener cerca al amor de mi vida…a veces lo logré. Y si a ello le sumamos las actividades francamente geniales de mi padre-cineasta, quien nos pasaba películas infantiles y de todo tipo con sus proyectores de 8 y 16mm, y también filmó bastante con sus cámaras, desde ponerle sonido a “La fosforerita”, echándose copas hasta la madrugada con mi primo Orlando Botello, domingos en el balneario La Peña hasta operaciones quirúrgicas, comprenderían ustedes ahora por qué el cine hizo –al menos conmigo- lo que le dió la gana. Hasta tengo dos hijos periodistas y actores…sus juegos en mi casa eran algo así como: “Vamos a echarle a perder las tres filmadoras a mi papá, pero hay que hacer sopotocientos video-clips, novelas y transmisiones periodísticas”…échele piernas, pues. La guinda del helado…El Teatro Río. Por cierto, el Cine América era también teatro y no se anunciaba como tal, y el Teatro Río nunca lo fue…cosas…ah, el cine Río…domingos, 5pm…toda aquella muchachada estaba allí…y es que como que había que estar...sea cual fuera la película…era un cine raro…hecho como si nunca lloviera aquí, que tanto llueve, y de pronto…la mitad del cine era al aire libre, y cuando llovía, bueno, aquél gentío pasándose para el área techada. Siempre me pregunté el por qué de aquello…el dueño del cine parecía un señor inteligente…de baja estatura, barrigoncito, español…pendiente de todo, de la venta de los tickets, de las chucherías que vendía, de que todo estuviera bien…de la proyección…en mi fantasía infantil, llegué a desarrollar una admiración increíble por ese personaje, esa especie de Superseñor que todo lo solucionaba y en todas partes estaba. Siempre quise entrar a una sala de proyecciones…hasta ahora no lo he hecho…siempre hay alguien –siempre de lentes- que no me deja entrar. Son las 3:25 de la madrugada. Mi oficio de escritor y de músico como que me tiene prohibido despertarme más tarde. De reojo veía hace rato a la computadora, con ganas de entrarle a este sabroso relato de mi boda eterna con el cine. Pero –sépanlo- también luchaba por no mirar en TNT por cuarta vez “Last chance Harvey” (“Nunca es tarde para enamorarse”), guionista y director el genial Joel Hopkins…con Dustin Hoffman y Emma Thompson…disparejos de tamaño, diferentes países, diferentes vidas…y se enamoraron, ya bastante maduros…amo cada escena de esa obra maestra en el drama, porque se siente fluir con libertad ese niño travieso que ahogamos en problemas todos los días: el amor. No sé ustedes, pero yo cerraré esta cosa que escribe y apagaré la luz que me encandila. Tengo la firme intención de insertarme en mi chinchorro y calarme alguna otra buena película, antes que venga el sol a fastidiar y a recordarme que tengo que ir a cortarme el cabello."





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