martes, 11 de octubre de 2016

LA DISCOTECA "EL INFIERNO" / José Luis Cestari


L´ENFER” (“El Infierno” en francés).  fué la primera discoteca que hubo en Ciudad Bolívar. Como si fuera hoy, recuerdo que la noticia de su inauguración corrió como reguero de pólvora. No tengo claro en cual año de los sesenta fue su construcción e inauguración. Eduardo Martínez del Box –hijo de don Tito Martínez del Box, de la Radio Rochela- fué su creador. Anunciada la noticia por la prensa escrita regional y por las emisoras Radio Bolívar y Ecos del Orinoco, la otrora calmada y casi somnolienta Ciudad Bolívar se despertó de un brinco. Vientos tormentosos amenazaban. Algunos padres y madres de familia se reunían con sus hijos para advertirles del peligro que la mencionada discoteca representaba para la moral y las buenas costumbres. Nunca olvidaré que la ya desaparecida y siempre bien recordada Srta. Malvina Rosales – ya anciana- en compañía de distinguidas damas bolivarenses visitó el entonces Concejo Municipal para elevar su voz de protesta por lo de la discoteca. –“Eso no puede permitirse, nuestra ciudad no puede aceptar ese atentado contra la moral y las buenas costumbres”, -recuerdo que dijo también por los micrófonos de Radio Bolívar. Sacerdotes y pastores, indignados. Docentes, médicos y artistas, todos elevaban su agrio acento, repudiando la instalación de “L´Enfer”. Distintas personas opinaban en la radio y la prensa –El Bolivarense y El Luchador, en aquél momento- airados, muy molestos…se decía que ese señor “Del Box” tenía muy mala fama y venía a sembrar en nuestra apacible ciudad todo tipo de perversiones e ilicitudes. Así la situación, lo que la gente hablaba era de eso. Espantados. Cualquier cantidad de horribles fantasías de seguro circulaban en cada calle, en cada casa…sin duda, había arribado un factor, un elemento de cambio sociológico y psicológico importante, sentido como perturbador por una gran cantidad de adultos, pero de agradable expectativa de modernidad para nosotros, los adolescentes de la época, que buscábamos casi desesperadamente nuestros íconos de identidad -léase música, ropa, modismos lingüísticos, etc.- y esa discoteca venía a reafirmar buena parte de ellos. Al menos eso creíamos…y aún creemos que fue así. Se inauguró “L´Enfer”. Lamentablemente, no pude ir. No siempre los chicos de entonces podíamos ir donde o cuando quisiéramos. -“Usted no vá porque están muy cerca los exámenes”, - era una frase común, y por respeto a los progenitores la aceptábamos, callados y tristes, pero resignados y conformes. Me contaron que estuvo máximo…la música, uffff…juego de luces…semi-penumbra…chicas para todos los gustos...hecha agua la boca, no pasaron muchos días y, con cincuenta bolívares en el bolsillo, fue un sábado mi visita a “El Infierno” (así terminamos llamándola)…se le llegaba subiendo por una escalera, creo que de madera…paredes laterales pintadas de rojo…al abrir la puerta uno se encontraba con un gran salón, semioscuro…parejas bailando…a la izquierda el Disc Jockey, y algo más allá la entrada al bar…recuerdo a amigos y compañeros –y hasta algunos profesores- casi todo mi salón de clases estaba allí…Oh, la música…los últimos éxitos…bailar aquellos ritmos era demasiado divertido…y las canciones suaves, junto a la penumbra, se prestaban para todos los acercamientos corporales a los que le temía el mundo adulto conservador de nuestra ciudad capital. Imposible detener la vorágine, el gigantesco terremoto mundial que habían generado Los Beatles. Sentíamos que había llegado la hora de la juventud. La hora que marcaba un cambio vibratorio, un movimiento preciso en las agujas del reloj del mundo. Y nuestra ciudad adormecida no podía escapar a eso. La televisión en blanco y negro ya había hecho su aparición en nuestra ciudad, mi padre y los hermanos Raúl y José Miguel Arreaza fueron sus pioneros. Ya programas juveniles televisivos como “El Club del Clan” con Richard Herd, por citar uno, mostraban la nueva cara de los adolescentes, alegres y motivados ante el fortalecimiento de sus arquetipos fundamentales. Antes de la discoteca, el pionero grupo de “Los Teen Stars” aguantó callado la inconveniencia de no tener suficiente soporte social que respaldara sus primeros intentos musicales. Pero ahora, instaladas como fueron unas más apropiadas columnas a través de la acción sociocultural poderosísima de “El Infierno”, era difícil pararle el trote al movimiento juvenil que, a su impulso, había nacido. En aquél tiempo, era yo un chico bien estable, a pesar de mi corta edad adolescente. Mi vida se resumía entre la universidad, mi novia, el Taller de Jaime Richards, mis visitas a la familia Farguell y…”Los Cobra”. Más nada, creo. La llegada de la discoteca añadió a mi vida una nueva perspectiva: varias veces a la semana la visitaba…Motivo? Allí encontraba, siempre sentado en el mismo taburete del bar, a John Sampson. John fue mi primer “profesor” de poesía, en el mejor sentido de la palabra. Uno o dos whiskeys con soda a Bs.5,00 servían de marco a estos dos bohemios que, apartando las insistentes notas de la música discotequera hacían suyos a Rubén Darío, a Whitmann, a Byron. “El Aleph” de Borges, punto extraño de interés para ambos jóvenes poetas, aún proyectados y vitales en el espacio-tiempo. A veces, el alumno José Luis le llevaba a su profesor de poesía algún trasnochado verso para su análisis…y John, atrincherado tras sus lentes metálicos correctivos evaluaba, corregía, y siempre felicitaba, estimulaba. Esa belleza de encuentro entre estos dos amigos ocurría allí, en ese “antro”, en esa “casa de corrupción”, como algunos ortodoxos llamaban a ese mágico lugar de la calle Cedeño, al lado de la casa de los Gobernadores...(Continuará)"


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