“L´ENFER” (“El Infierno” en francés). fué la primera discoteca que hubo en Ciudad Bolívar. Como si
fuera hoy, recuerdo que la noticia de su inauguración corrió como reguero
de pólvora. No tengo claro en cual año de los sesenta fue su construcción
e inauguración. Eduardo Martínez del Box –hijo de don Tito Martínez del
Box, de la Radio Rochela- fué su creador. Anunciada la noticia por la
prensa escrita regional y por las emisoras Radio Bolívar y Ecos del
Orinoco, la otrora calmada y casi somnolienta Ciudad Bolívar se despertó
de un brinco. Vientos tormentosos amenazaban. Algunos padres y madres de
familia se reunían con sus hijos para advertirles del peligro que la
mencionada discoteca representaba para la moral y las buenas costumbres.
Nunca olvidaré que la ya desaparecida y siempre bien recordada Srta.
Malvina Rosales – ya anciana- en compañía de distinguidas damas
bolivarenses visitó el entonces Concejo Municipal para elevar su voz de
protesta por lo de la discoteca. –“Eso no puede permitirse, nuestra
ciudad no puede aceptar ese atentado contra la moral y las buenas
costumbres”, -recuerdo que dijo también por los micrófonos de Radio
Bolívar. Sacerdotes y pastores, indignados. Docentes, médicos y artistas,
todos elevaban su agrio acento, repudiando la instalación de “L´Enfer”.
Distintas personas opinaban en la radio y la prensa –El Bolivarense y El
Luchador, en aquél momento- airados, muy molestos…se decía que ese señor
“Del Box” tenía muy mala fama y venía a sembrar en nuestra apacible
ciudad todo tipo de perversiones e ilicitudes. Así la situación, lo que
la gente hablaba era de eso. Espantados. Cualquier cantidad de horribles
fantasías de seguro circulaban en cada calle, en cada casa…sin duda,
había arribado un factor, un elemento de cambio sociológico y psicológico
importante, sentido como perturbador por una gran cantidad de adultos, pero
de agradable expectativa de modernidad para nosotros, los adolescentes de
la época, que buscábamos casi desesperadamente nuestros íconos de
identidad -léase música, ropa, modismos lingüísticos, etc.- y esa
discoteca venía a reafirmar buena parte de ellos. Al menos eso creíamos…y
aún creemos que fue así. Se inauguró “L´Enfer”. Lamentablemente, no pude
ir. No siempre los chicos de entonces podíamos ir donde o cuando
quisiéramos. -“Usted no vá porque están muy cerca los exámenes”, - era
una frase común, y por respeto a los progenitores la aceptábamos,
callados y tristes, pero resignados y conformes. Me contaron que estuvo
máximo…la música, uffff…juego de luces…semi-penumbra…chicas para todos
los gustos...hecha agua la boca, no pasaron muchos días y, con cincuenta
bolívares en el bolsillo, fue un sábado mi visita a “El Infierno” (así
terminamos llamándola)…se le llegaba subiendo por una escalera, creo que
de madera…paredes laterales pintadas de rojo…al abrir la puerta uno se
encontraba con un gran salón, semioscuro…parejas bailando…a la izquierda
el Disc Jockey, y algo más allá la entrada al bar…recuerdo a amigos y
compañeros –y hasta algunos profesores- casi todo mi salón de clases
estaba allí…Oh, la música…los últimos éxitos…bailar aquellos ritmos era
demasiado divertido…y las canciones suaves, junto a la penumbra, se
prestaban para todos los acercamientos corporales a los que le temía el
mundo adulto conservador de nuestra ciudad capital. Imposible detener la
vorágine, el gigantesco terremoto mundial que habían generado Los
Beatles. Sentíamos que había llegado la hora de la juventud. La hora que
marcaba un cambio vibratorio, un movimiento preciso en las agujas del
reloj del mundo. Y nuestra ciudad adormecida no podía escapar a eso. La
televisión en blanco y negro ya había hecho su aparición en nuestra
ciudad, mi padre y los hermanos Raúl y José Miguel Arreaza fueron sus
pioneros. Ya programas juveniles televisivos como “El Club del Clan” con
Richard Herd, por citar uno, mostraban la nueva cara de los adolescentes,
alegres y motivados ante el fortalecimiento de sus arquetipos
fundamentales. Antes de la discoteca, el pionero grupo de “Los Teen
Stars” aguantó callado la inconveniencia de no tener suficiente soporte
social que respaldara sus primeros intentos musicales. Pero ahora,
instaladas como fueron unas más apropiadas columnas a través de la acción
sociocultural poderosísima de “El Infierno”, era difícil pararle el trote
al movimiento juvenil que, a su impulso, había nacido. En aquél tiempo,
era yo un chico bien estable, a pesar de mi corta edad adolescente. Mi
vida se resumía entre la universidad, mi novia, el Taller de Jaime
Richards, mis visitas a la familia Farguell y…”Los Cobra”. Más nada,
creo. La llegada de la discoteca añadió a mi vida una nueva perspectiva:
varias veces a la semana la visitaba…Motivo? Allí encontraba, siempre
sentado en el mismo taburete del bar, a John Sampson. John fue mi primer
“profesor” de poesía, en el mejor sentido de la palabra. Uno o dos
whiskeys con soda a Bs.5,00 servían de marco a estos dos bohemios que,
apartando las insistentes notas de la música discotequera hacían suyos a
Rubén Darío, a Whitmann, a Byron. “El Aleph” de Borges, punto extraño de
interés para ambos jóvenes poetas, aún proyectados y vitales en el
espacio-tiempo. A veces, el alumno José Luis le llevaba a su profesor de
poesía algún trasnochado verso para su análisis…y John, atrincherado tras
sus lentes metálicos correctivos evaluaba, corregía, y siempre
felicitaba, estimulaba. Esa belleza de encuentro entre estos dos amigos
ocurría allí, en ese “antro”, en esa “casa de corrupción”, como algunos
ortodoxos llamaban a ese mágico lugar de la calle Cedeño, al lado de la
casa de los Gobernadores...(Continuará)"
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Agradecido, hermano.
ResponderEliminarfue un boom hasta en mi epoca los ochenta vivia y moria todos lods dias alli en el infierno
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